“Estás aquí para posibilitar el despliegue del propósito divino en el universo.
¡Eres así de importante!”
¡Eres así de importante!”
Eckhart Tolle
Venzamos esos pensamientos que nos angustian al querer comprender todo lo que nos ocurre.
Logremos dejar de razonarlo todo de acuerdo a nuestros pensamientos y a los de otras personas más “sabias”.
Conquistemos a nuestra mente, sabemos que puede llegar a ser nuestro peor enemigo si no aprendemos la manera de imponernos a ella, de manera que sea ella quien esté a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ella.
Cuando aprendemos a aceptar y aceptamos, todo se vuelve más sencillo, las mayores dificultades parecen disolverse, aparece la quietud.
Solamente hay dos opciones en la vida: lucha o aceptación.
La aceptación es la acción sin mente, mientras que la lucha es, por contra, la acción con mente.
Es en la aceptación donde podemos sentir a nuestro Ser, es donde podemos vivir el silencio.
¿Habéis podido experimentar alguna vez el silencio interior?
Aceptar es vencer a la mente para, desde ese estado, entrar en acción desde el corazón.
La aceptación sale del corazón, todo lo que no salga del corazón lo viviremos como una lucha y en las luchas jamás puede estar el corazón.
Aceptar lo que es, implica poder sentir sin intervención de la mente lo que puede ser de acuerdo a tu Ser.
Las acciones desde la aceptación, conducen a facilitar al universo el despliegue del propósito divino que existe desde siempre para ti.
Simplemente, aceptemos nuestro camino, el camino de la verdad, el sendero del amor y sigámosle sin miedo.
El sendero del amor nunca nos va a traicionar, en la seguridad de que el amor y la aceptación es lo que va a permitir que caminemos sin miedo.
Logremos dejar de razonarlo todo de acuerdo a nuestros pensamientos y a los de otras personas más “sabias”.
Conquistemos a nuestra mente, sabemos que puede llegar a ser nuestro peor enemigo si no aprendemos la manera de imponernos a ella, de manera que sea ella quien esté a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ella.
Cuando aprendemos a aceptar y aceptamos, todo se vuelve más sencillo, las mayores dificultades parecen disolverse, aparece la quietud.
Solamente hay dos opciones en la vida: lucha o aceptación.
La aceptación es la acción sin mente, mientras que la lucha es, por contra, la acción con mente.
Es en la aceptación donde podemos sentir a nuestro Ser, es donde podemos vivir el silencio.
¿Habéis podido experimentar alguna vez el silencio interior?
Aceptar es vencer a la mente para, desde ese estado, entrar en acción desde el corazón.
La aceptación sale del corazón, todo lo que no salga del corazón lo viviremos como una lucha y en las luchas jamás puede estar el corazón.
Aceptar lo que es, implica poder sentir sin intervención de la mente lo que puede ser de acuerdo a tu Ser.
Las acciones desde la aceptación, conducen a facilitar al universo el despliegue del propósito divino que existe desde siempre para ti.
(Ver entrada en el blog “Confía en mí” de diciembre 2008)
Simplemente, aceptemos nuestro camino, el camino de la verdad, el sendero del amor y sigámosle sin miedo.
El sendero del amor nunca nos va a traicionar, en la seguridad de que el amor y la aceptación es lo que va a permitir que caminemos sin miedo.
Aprendamos a tiempo la lección de la aceptación.
No nos equivoquemos de sendero, como nos enseña Carlos Castaneda en su hermoso libro Las enseñanzas de D. Juan.
"...Cada cosa es un sendero entre un millón. Por lo tanto tú debes siempre recordar que un sendero es sólo eso: una senda. Si sientes que no debes seguirlo, no deberás permanecer en él bajo ningún tipo de condiciones.
Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Sólo entonces llegarás a saber que una senda no es nada más una senda, y no debe haber afrenta para ti ni para otros por abandonarla, si eso es lo que tu corazón te pide.
Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de temores o ambiciones, te advierto.
Debes mirar cada sendero con mucha atención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario.
Luego pregúntate a ti mismo, y a ti solamente, una pregunta.
Esa pregunta es una que sólo haría un hombre con mucha edad. Mi benefactor me la hizo cuando yo era joven y mi sangre era muy vigorosa para que yo la entendiera.
Ahora la comprendo y te la repetiré: ¿Tiene corazón este sendero?
Todas las sendas son iguales, no conducen a ninguna parte. Son senderos que cruzan el matorral o se internan en el matorral.
En mi propia vida puedo afirmar que he recorrido senderos laargos, muy largos, pero no he llegado a ninguna parte.
La pregunta de mi benefactor tiene ahora sentido. ¿Tiene corazón este sendero?
Si lo tiene, el sendero será bueno; si no, no sirve.
Ambos senderos no conducen a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no.
Uno significa un viaje alegre, mientras lo recorras serás parte de él. El otro puede arruinar tu vida. Uno te hará fuerte, el otro te debilitará.
El problema es que nadie se hace la pregunta, y cuando un hombre termina por comprender que ha seguido un sendero sin corazón, dicho sendero ya está por matarlo. En ese punto son pocos los hombres que pueden detenerse a pensar y abandonar el sendero.
Una senda sin corazón nunca podrá ser disfrutada. Tendrás que esforzarte incluso para recorrerla. En cambio una senda con corazón es fácil, no te obligará a esforzarte para gustar de ella.
Para mí solo tiene sentido recorrer los senderos que tienen corazón.
En cualquier senda que pueda tener corazón allí viajaré, y el único desafío que vale la pena es recorrerlo en toda su extensión. Y allí viajaré, buscando, buscando sin aliento.”
Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Sólo entonces llegarás a saber que una senda no es nada más una senda, y no debe haber afrenta para ti ni para otros por abandonarla, si eso es lo que tu corazón te pide.
Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de temores o ambiciones, te advierto.
Debes mirar cada sendero con mucha atención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario.
Luego pregúntate a ti mismo, y a ti solamente, una pregunta.
Esa pregunta es una que sólo haría un hombre con mucha edad. Mi benefactor me la hizo cuando yo era joven y mi sangre era muy vigorosa para que yo la entendiera.
Ahora la comprendo y te la repetiré: ¿Tiene corazón este sendero?
Todas las sendas son iguales, no conducen a ninguna parte. Son senderos que cruzan el matorral o se internan en el matorral.
En mi propia vida puedo afirmar que he recorrido senderos laargos, muy largos, pero no he llegado a ninguna parte.
La pregunta de mi benefactor tiene ahora sentido. ¿Tiene corazón este sendero?
Si lo tiene, el sendero será bueno; si no, no sirve.
Ambos senderos no conducen a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no.
Uno significa un viaje alegre, mientras lo recorras serás parte de él. El otro puede arruinar tu vida. Uno te hará fuerte, el otro te debilitará.
El problema es que nadie se hace la pregunta, y cuando un hombre termina por comprender que ha seguido un sendero sin corazón, dicho sendero ya está por matarlo. En ese punto son pocos los hombres que pueden detenerse a pensar y abandonar el sendero.
Una senda sin corazón nunca podrá ser disfrutada. Tendrás que esforzarte incluso para recorrerla. En cambio una senda con corazón es fácil, no te obligará a esforzarte para gustar de ella.
Para mí solo tiene sentido recorrer los senderos que tienen corazón.
En cualquier senda que pueda tener corazón allí viajaré, y el único desafío que vale la pena es recorrerlo en toda su extensión. Y allí viajaré, buscando, buscando sin aliento.”
(“Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castañeda.)